miércoles, 26 de junio de 2024

Una terna entregada y voluntariosa bajo el diluvio en una tarde en la que Escribano dio la única vuelta al ruedo y Ferrera derrochó verdad e inspiración

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PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ/FOTOS EMILIO MÉNDEZ

Las Ventas acogía otra de sus interesantes tardes toristas. Los matadores de toros Antonio Ferrera, Manuel Escribano y José Garrido se midieron a los ejemplares de la ganadería de Adolfo Martín. Los animales fueron ásperos, con muchas complicaciones, sin terminar de atender a las demandas de los diestros, soseando e incluso algunos sin fuerza, frenándose y buscando. Serían el cuarto y el sexto de la tarde los mejores y los que más permitieron con toreo de emoción y de calidad en las manos de Ferrera y Garrido, respectivamente. El quinto se dejó algo más, aunque no con las mismas cualidades que el cuarto. Antonio Ferrera estuvo digno y prudente con un primer toro escaso al que poco se le podía hacer. Se lució y expresó con gusto, arte y torería con un cuarto que se lo permitió. Manuel Escribano no cesó de buscar las opciones a un toro que le pidió el carné y que trató de pasar a toda costa. Con el quinto se entregó bajo el diluvio y un toro que le permitió hacer faena pero con el que no te podías confiar, dejando un mínimo margen de error con el que no perdonaba. Garrido alargó en exceso con un toro que no pasaba, no tenía absolutamente nada. Con el sexto desarrolló una faena de entrega y muchos intentos con un toro que sirvió y se prestó.

Antonio Ferrera bregó en su capote al abreplaza, llevándolo hasta los medios con solvencia. Los trasteó por abajo junto a las tablas para después tirar del animal y llevárselo a los medios. Sobre el pitón izquierdo decidió iniciar su faena con un toro que media, muy agarrado al piso, frenándose a su paso, quedándose corto y volviéndose. Cambió Ferrera al pitón derecho, pero le sorprendió incluso. Alternó pitones con tal de pasarlo, pero tampoco es que el toro estuviera muy sobrado de fuerzas, perdiendo las manos. Ferrera decidió cambiar la ayuda por la espada y tras algún que otro intento lo pasaportó.

Se fue Manuel Escribano a la puerta de chiqueros para recibir al segundo de la tarde. A punto de terner el mismo percance que en Sevilla, logró solventar con aquella larga cambiada de rodillas. El toro salió de toriles quedándose parado, para después arrancarse y frenarse, quedándose encima de Escribano. Fue el propio matador de toros el encargado de lucir el tercio de banderillas, con tres pares de buena ejecución con los que el público le ovacionó. Se alcanzó la faena de muleta, que comenzó junto a las tablas, ganándole terreno rápidamente mientras lo pasaba por ambos pitones. No tardó en definirse por la mano derecha, pasándolo y reestructurando con un toro que acortaba recorrido y al que trató de llevar con la panza de la muleta. Lo intentó al natural, en un cite lento y suave con el que arrastrar la embestida, pero sin encontrar el acople con un toro que pedía el carné. Volvió al pitón derecho, pero el toro ya sabía lo que se dejaba atrás, así cambió de mano, llevándolo al natural a media altura, sin quitarle la franela de la cara. Tuvo acierto con la espada, en una suerte suprema en la que le puso el pitón en el pecho.

Salió con viveza el tercero al que bregó Garrido como pudo, un toro que le apretó, pero al que le fue sacando del tercio fijo en el capote. Brindó desde los medios e inició su faena tratando de sacarlo del tercio a un toro que lo desarmó. Sin un trasteo previo se dispuso sobre el pitón derecho con un animal que punteaba la tela, que se movía a base de arreones y medias arrancadas sin alcanzar a completar un pase. Su recorrido era corto y siempre soltaba la cara. En el tercio trató de pasarlo, pero el toro solo admitía el uno a uno, siendo muy reservón ante los cites de Garrido. Cambió al natural, poniéndole la tela en la cara, pero no se arrancaba, no obedecía y cuando lo hacía, entraba con brusquedad y violencia en la tela.

Salió Ferrera para encelar a un toro áspero en el capote. También empezó a caer la lluvia en Madrid, la que dispersó los tendidos. Entre aquel desconcierto entre el público, Ferrera iniciaba su faena en los medios, con un toro escaso que incluso se cayó al firme. El diestro le buscó las vueltas y, a pesar de no tener toro, le insistió por el derecho, llevándolo con suavidad y despaciosidad, encontrando sabor y transmisión. Sin embargo, tuvo que mimar las embestidas y sostenerlo para que le aguantara. Cambió al natural y el animal de Adolfo siguió respondiendo con celo, repitiendo con obediencia y manteniéndose fijo en la tela. Humillaba y Ferrera sacó provecho arrastrando las embestidas, tocando las teclas que también le presentó. Cada ve se quedaba más corto e incluso llegaba a buscar, pero pasaba. El diestro decidió alargar, dando tiempo entre pases, para después citarlo y en algún que otro bajarle la mano. Alargó, pero el toro le brindó la opción de hacerlo, a pesar de que ya sus salidas eran algo más deslucidas. Incluso habiendo ido a por la espada, siguió pasándolo al natural.

Escribano se fue a portagayola para recibir al segundo de su lote con una larga cambiada muy ceñida para después seguirle y estirarse con el. Apuró en exceso Escribano para dejar los palos en el tercio de banderillas. Llegó la faena de muleta y el diestro lo esperó en los medios para citarlo en la larga distancia y recibirlo en la franela con un pase cambiado por la espalda. Después aprovechó la inercia y se lo siguió pasando con ligazón y emoción. Continuó por el pitón derecho, dejándosela puesta en la cara, arrastrando la embestida detrás de la tela en una tanda que desarrolló bajo el diluvio. Le siguió por el izquierdo, muy despacio, uno a uno, dejando naturales de mucho sabor, totalmente asentado con el toro. En aquella despaciosidad, se le metió por dentro y lo prendió feamente, pero sin aparentes consecuencias. El toro había aprendido y sabía donde estaba el cuerpo y donde la tela. Le dio sitio y tiempo entre tandas, dosificando, cuidando aquella embestida engañosa con la que no te podías confiar. Parecía tener un látigo por cuello, volviendo la cara a la salida de los muletazos buscándolo. Siguió por el derecho, quedándose corto, a lo que Escribano respondió con valor seco y distancias escasas. Mató con acierto.

Garrido saludó al cierraplaza después de haberlo dejado correr la plaza, con un toro que buscaba salida tuvo que salir el extremo para que lo viera y poderlo recibir en el capote, luciéndose con el, estirándose por verónicas. Inició la faena de muleta con una tanda en la que el público parecía entrar en la faena. Le dio distancia y sobre el pitón derecho lo citó, adelantándole la mano y llevándolo. El toro respondía con prontitud y franqueza a las demandas de Garrido. Cambió al pitón izquierdo, pitón por qué había que llevar más marcado y tapado, siempre pautando la entrada con la ayuda. Hubo acople y transmisión, llegando a unos tendidos dispersos por la lluvia. Recuperó el pitón derecho, el bueno y con el que Garrido pudo llevarlo en largo, asentado con el animal, que le permitió, pues buscaba la tela humillando con fijeza, manteniéndose dentro de la faena. Encontró acierto con la espada.

Madrid. Toros de Adolfo Martín. Los animales fueron ásperos, con muchas complicaciones, sin terminar de atender a las demandas de los diestros, soseando e incluso algunos sin fuerza, frenándose y buscando. Serían el cuarto y el sexto de la tarde los mejores y los que más permitieron con toreo de emoción y de calidad en las manos de Ferrera y Garrido, respectivamente. El quinto se dejó algo más, aunque no con las mismas cualidades que el cuarto. El quinto también se dejó, aunque no con las mismas cualidades que el cuarto que era más noble. Antonio Ferrera, silencio y saludos tras aviso; Manuel Escribano, saludos y vuelta al ruedo; José Garrido, silencio y saludos.

 

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