Crónica
Cuarto tentadero del Batán I GUARISMO DEL OCHO |
PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ
La primera vaca, hoy sin recortadores, entraba con movilidad en la tela, aunque con la fuerza y recorrido medido. Ortega la termino de templar por abajo con la muleta. Estuvo muy cuidadoso, con tandas suaves en las que le dejaba el pico y tiraba de ella, dándole salida pero siempre recogiendo su embestida. Requería mano baja y sitio, los espadas lo intentaron, algunos con más determinación que otros. Plana y de frente, dejándosela puesta y una buena mano baja ayudaban a encontrar la continuidad. La despaciosidad y la suavidad era una de las claves, porque si se le hacían la cosas bien había recorrido y profundidad.
La segunda salió con genio, buscona y una embestida dudosa. Humillaba, se quedaba corta y requería sitio y tiempo. Había que guiarla y no llevarla la contraria, solo así se dejaba llevar, entrando sometida. Le daban salida y amplitud, sin embargo, les faltaba colocación a los espadas. El animal necesitaba que se la dejaran en el morrillo, muerta y tirar de ella, tenía recorrido y profundidad. Protestaba, pero había que hacerle las cosas bien, echársela derecha y con suavidad guiarla, nada de brusquedad.
La tercera estaba encelada al capote, pero sin dar un respiro. Tenía recorrido, pero se quedaba corta, había que buscarle las vueltas, humillaba y llegaba a colocar la cara. El animal tenía fijeza y continuidad en la franela. Los espadas supieron bajarle la mano, llegando a arrastrar el engaño, logró la suavidad y el temple que el animal derrochó con Ortega. Estaba sometido, solo que había que bajarle la mano en exceso y tocarla suavemente.
Juan se estiró a la verónica hasta rematarla con una buena media a la quinta vaca de la mañana. En la muleta respondía a la larga y media distancia, arrancándose a buen ritmo y aprovechando la inercia para exprimirla por ambos pitones. El animal requería de un buen toque fijador que la encauzara en la tela, sin embargo, al más mínimo despiste entraba por dentro, colándose y buscando el cuerpo.
Ortega recibió a la última con temple y delicadeza. Estaba encelada en la tela. Era buena en las manos indicadas, había que llevarla siempre tapada dejándola atrás los vuelos y tirar de ella con amplitud. Tenia recorrido y buenas maneras por abajo, pues humillaba y colocaba la cara. Cruzándose y muy derechito iba Víctor Barroso, que lo supo llevar a su mismo compás. No se la podía dejar había que fijarla. Tiró de raza y se puso de rodillas para seguir toreándola, con desparpajo y torería. Lo mismo ocurrió con Juan Marín de Valencia, que convirtieron las últimas tandas en una competición de destreza y buenas formas.