Salió de chiqueros y Marco lo recibió en su capote con una brega llevada por bajo, para después ganarle terreno, sacándolo hacia los medios para lucirse mientras se estiraba por verónicas. Tras culminar el tercio de banderillas, brindó al público y, seguidamente, se lució por estatuarios, manteniéndolo anclado al firme. Siguió con el pitón derecho, con temple y cadencia. Dejó un recital de toreo clásico y puro, encajándose de riñones, sacando pases de donde no había. Un sin fin. Culminó por manoletinas, barriéndole el lomo con la franela. Dejó un estoconazo.

Al segundo lo saludó de rodillas, para después levantarse y seguir por verónicas, al compás de una unánime ovación. Dejaron degustar al aficionado un extraordinario tercio de quites. Inició la faena de muleta desde los medios, dejando un pase cambiado por la espalda, para después seguir con la inercia del animal envolviéndoselo. Despaciosidad y despaciosidad, mimando las embestidas de un animal mucho más parado y mermado. Mostró una disposición y dimensión frente a este segundo, que la plaza estaba entregada con él. Alternó pitones, robándoselos de uno en uno, jugándosela. Acabó por prenderlo, pero rápidamente volvió a la cara del animal, rompiéndose con el. Dejó una estocada en el sitio y fulminante.

Fue directo a la puerta de chiqueros para recibir al tercero. Dejó una Portagayola a la que siguió un saludo capotero ceñido y determinante. Lo tanteó, bajándole la mano a un novillo complicado que sorprendía. Lo fue templando, pero era muy protestón, metiéndose por dentro, sin una embestida definida. Se la puso con verdad, resolviendo con solvencia aquellas embestidas ásperas y busconas. Los pases que le robó, vació y limpió, llevándolo lejos. Sacó de donde no había y culminó toreando al natural sobre el pitón derecho. Falló con la espada.

Madrid. Erales de Jandilla y Vegahermosa para Marco Pérez, dos orejas,  dos orejas y vuelta al ruedo.