domingo, 28 de abril de 2024

Reencuentro de Puerta Grande

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Crónica 

PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ 
Las Ventas acogía la segunda corrida de toros de la Feria de San Isidro, en una tarde en la que Morante de la Puebla, Emilio de Justo y Tomás Rufo se midieron a los de Garcigrande. Los animales se dejaron, con su más y sus menos. Tuvieron su lidia, pero los de Emilio y Rufo, segundo, tercero y quinto dejaron matices por abajo, siendo el quinto el más destacado de la tarde, aunque excesiva su vuelta. Morante de la Puebla dejó mal sabor de boca con el primero, recibiendo los pitos del respetable tras un mar de descabellos. Con el cuarto no se quiso ver, además de que fue un toro manso que no terminaba de pasar. Terminó entre pitos y varios intentos de entrar a matar. Emilio de Justo, a quien el público de Madrid tenía muchas ganas de ver, no defraudó, solo le deslució la espada en el segundo. Con el quinto, el toro se vino arriba y el extremeño dejó un recital de toreo de cadencia y torería. Tomás Rufo gustó y se gustó con el tercero de la tarde, dejando un trazo largo y firme, todo por abajo, por donde mayor sabor lograba del animal.
“Patrón” de Garcigrande abría la tarde, un toro muy protestado en su salida, al que Morante la Puebla saludó muy despacio. Se le paró y, aunque entraba, no tuvo ritmo. Las protestas cada vez fueron a más, a lo que se sumaba las banderillas de una en una. Se alcanzó el tercio de muleta, en el que Morante dejaba pases bruscos por abajo en el trasteo, simplemente, pasándolo. Sobre el pitón derecho, uno a uno, dejó una tanda  y sin cambiar la espada, porque ya la llevaba, lo puso en suertes y, sin demasiado acierto, tuvo que descabellar.
Emilio de Justo saludó al segundo de la tarde, con un recibo bregado, muy lento en el que fue metiendo las embestidas hasta encelarlo. Sin poder evitarlo se fue directo al caballo que guardaba la puerta, recibiendo su primer puyazo. Se cambió de tercio después de que el animal entrara dos veces más al caballo. En la faena de muleta, Emilio de Justo, bordeó las tablas hasta encontrarse con el animal bajo los terrenos del siete. Lo tanteó por ambos pitones, pasándolo por abajo con gusto y temple. El viento molestaba bastante, por lo que tuvo que buscar los terrenos, encontrándolos en el cinco. Allí, tras unos instantes de duda por el viento, le bajó la mano y se la dejó puesta, tirando de la embestida. La enganchó y encontró el compás al que llevarlo, cautivando a los tendidos. Entre tandas lo dejó respirar, dejando tiempo y sitio, para después, sobre el pitón derecho, tirando de raza, tuvo la ligazón. Cambió al natural, con algo más de incertidumbre, por lo que no tardó en volver a la mano derecha. Barriendo el albero, se la puso en el morrillo, adelantando algo más el pico, para después meterlo en los vuelos, tratando de llevarlo hasta el final del derechazo. Falló con la espada.
Tomás Rufo trazó un saludo comedido y llevado con el que lo sacó rápidamente de tablas. El animal se iba frenando, sin terminar de culminar los lances. Antes de recibirlo en la franela, brindó desde los medios, después se fue a los terrenos del cinco y se puso de rodillas. El diestro lo citó y el animal obedeció con prontitud, por lo que aprovechó la inercia para envolvérselo. Se levantó y, sobre el pitón derecho, con la muleta puesta, tocó con firmeza, marcando el recorrido de la embestida. El animal acometía abajo, por lo que logró llevarlo toreado de principio a final. Al natural, se estiró con el astado, arqueando todo su cuerpo, alargando, envolviéndoselo alrededor de su cintura. Lo desarmó, pero retomó, ahora ya por el derecho, cruzándose, apurando el sitio, metiéndole la muleta en el morrillo. Mató a cámara lente y, aunque la espada fue efectiva, no cayó en el sitio.
Marcaba el ecuador de la tarde un toro al que le costó adentrarse en los capotes, manseó, reculando, negándose a entrar. Fue El Lili quien lo recibió en el percal, dejándosela puesto a Morante, que lo saludó en tablas, donde lo apretó. Morante lo aireó y le ganó terrenos, sacándolo de aquellos terrenos. En la faena de muleta, lo pasó por ambos pitones, trasteándolo sin definir la faena. Siguió, pero el toro no pasaba y Morante optó por meterle la espada, solo que esta no entró. Le costó varios intentos, con el consecuente enfado del público.
Emilio de Justo encontró a un quinto que le apretó en tablas, por lo que el lucimiento quedó a un lado. Lo bregó, sacándolo a los medios, hasta el cambio de tercio. Con la montera en la mano y llevándosela al corazón, brindó Emilio de Justo al público. Empezó entre probaturas, genuflexo, exigiéndole por abajo, para después levantarse y terminar de templarlo con cadencia y despaciosidad. Se lo sacó más allá del tercio, encontrando la ligazón y transmisión en aquella primera tanda. Con tiempo y sitio, lo dejó respirar antes de entrar en la franela. Empezó a exigirle sobre el pitón izquierdo, citándolo en la media distancia, para después hacer que la inercia le ayudarán a seguir los vuelos con movilidad y ritmo. Se encajó y poco a poco fue ralentizando el compás en aquellos naturales largos y bajos. Recuperó el pitón derecho, dejando que la cadencia y la torería salieran a relucir mientras se lo pasaba por su cadera, con la mirada baja, siguiendo la embestida. Se la dejó puesta y el animal la siguió, de menos a más. Se tiró con todo dejando un estoconazo con el que el animal se resistía a doblar.
Algo más se pudo estirar Tomás Rufo en el saludo capotero con el sexto, al que fue sacando sin prisa, pero sin pausa. Llegó la faena de muleta y Rufo se lo llevó a los medios. En aquellos terrenos, lo apretó abajo, en una primera tanda sobre el pitón derecho. Siguió, doblándose con el animal, dejándole el brazo y un sutil giro de muñeca con el que obligarlo a volver. Hubo incertidumbre en la tela, ya que sus salidas eran algo más irregulares.  Siguió insistiendo abajo, dándole el pico, abriéndolo, para después dejárselo puesto. Al natural le aguantó la altura, pero sin que tomara vuelo, a pesar de las demandas del diestro.
Madrid. Toros de Garcigrande para Morante de la Puebla, pitos y pitos; Emilio de Justo, ovación y dos orejas;  Tomás Rufo, oreja y silencio.

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