lunes, 29 de abril de 2024

Juan del Álamo abre la Puerta Grande en la primera de la Copa Chenel

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Crónica

PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ 
La Copa Chenel arrancaba su tercera edición en la localidad madrileña de Villa del Prado, con una corrida de toros en la que se anunciaban Juan del Álamo, Alberto Durán y Francisco José Espada, que se midieron a los de Pablo Mayoral y Monte La Ermita. La primera mitad del festejo la marcaron los de Pablo Mayoral y las espadas. El juego fue limitado, muy nobles en comportamiento y exigentes en cuanto a distancias y alturas, con muchas teclas. Los de Monte La Ermita de juego e intensidad, con movilidad, con los que la terna se vació, exprimiéndolos. Juan del Álamo dejó dimensión, oficio, suavidad y un gran sentido del temple, entendiendo muy bien a los de su lote, haciéndoles las cosas a su favor, pero con mando. Alberto Durán no encontró el acople, buscaba sin éxito, sin terminar de encontrar el ritmo al que bailaron. Tanto quiso exprimir al quinto que se metió en sus terrenos y el animal, ya en un ambiente tenue y de muchas sombras, acabó por prenderlo. El espada tuvo que ser trasladado a la enfermería. Francisco José dejó una muy buena faena con el sexto de la tarde, un toro de Monte La Ermita, con el solo deslució la espada.
Abría la tarde Juan del Álamo con un astado de Pablo Mayoral que apretó y echó las manos hacia adelante. Logró meterlo junto a tablas, estirándose momentáneamente, había que sujetarlo. Culminado los tercios de varas y banderillas, se fue a los medios para brindar al público. A continuación, se iría, bordeando las tablas, a su encuentro, donde lo recibió genuflexo, en largo, llevándoselo hacia fuera, con temple y sitio. Siguió sobre el pitón derecho, bajándole la mano paulatinamente, muy despacio, en un trazo limpio. Aprovechó la media y larga distancia, intentando encontrar la inercia y la continuidad, pero el astado pausaba la continuidad, quedándose en mitad del muletazo. Cambió la muleta de mano y empezó a llevarlo, con amplitud, al natural, sin quitársela del morrillo. Uno a uno, en el sitio y sin deslucir, le robó cada embestida, con mucho oficio. Cada vez le costaba más atender a las demandas del diestro, así que fue acortando las distancias e intentando, en aquella proximidad, tocarlo y llevarlo hasta el final, alargando el trazo con el brazo y su giro de muñeca. Poco a poco se iba quedando sin toro, así que continuó con la suavidad que lo caracteriza hasta completar una faena que no se le planteó sencilla. Sin alargar el último tercio, cambió la ayuda por la espada y ejecutó la suerte suprema, logrando que la espada entrara al segundo intento.
Alberto Durán salió, sin apenas dejarlo correr, para recibir al segundo de la tarde, también de Pablo Mayoral. El astado se mostró descoordinado en el inicio del saludó capotero. Finalmente, Alberto logró meterlo en su capote, envolviéndolo con ligereza, estirándose con el en el tercio. Tras el percance de Julio López en el tercio de banderillas, todo quedó en un percance sin consecuencias. Siguió y dio comienzo el último tercio, el que Durán empezó por abajo, genuflexo, sacándolo de las tablas. No le dejó tanto tiempo y sitio, manteniéndose con el. Sobre el pitón derecho se la dejó puesta, tocándolo mucho, marcando la embestida, una embestida que llegaba tranqueante a la franela e incierta. El de Pablo Mayoral se desentendía, por lo que tuvo que mantenerse en las distancias cortas, con el. Cambió de pitón y empezó a mostrarlo al natural, sin gobierno sobre un animal que exigía. Durán, a base del uno a uno fue calando en respetable. Recuperó el pitón izquierdo, toreando cada vez más cerca de las tablas, pero sin terminar de acoplarse con el de Pablo Mayoral. Falló con la espada, pero lo pasaportó con el golpe de cruceta.
Saltó al ruedo el tercero de la tarde, un astado de Pablo Mayoral al que saludó Francisco José Espada. Lo frenó y envolvió, ganándole terreno hasta sacarlo a los medios, donde pudo lucirse, dejando una media muy ceñida. En el inicio de la faena de muleta, lo recibió en la franela por abajo, genuflexo, pasándolo por ambos pitones, andándolo, sacándolo del tercio. Eligió el pitón derecho y el trazo largo, aunque sin poder terminar de bajarle la mano, ya que terminaba cayendo sobre el albero. Las embestidas cada vez eran más cortas, quedándose muy encima. Espada cayó, pero la nobleza del de Pablo Mayoral, evitó la tragedia, ya que quedó a su merced. Se recompuso y regresó a la cara del astado, encontrando la distancia y el ritmo que este le pedía. Mucha suavidad, respetando el compás que este le marcaba. No le adelantaba la mano, sino que lo esperaba con un toque firme, pero sin asperezas, adentrando la embestida en la muleta, en pases y tandas medidas en las que no valía excederse.  Los aceros fueron los que terminaron marcando la faena.
Marcaba el ecuador del festejo un astado de Monte La Ermita al que Juan del Álamo no dejó correr, lo frenó junto a tablas. El animal quería más que podía, entraba con dificultad en la seda del diestro. A pesar de las peticiones de cambio, el presidente optó por el cambio de tercio. Después del tercio de varas y después de su salida del caballo, la presidencia cambió su decisión y sacó el pañuelo verde. En su lugar salió “Agrimonia” el sobrero de la misma ganadería, aunque nada que ver en hechuras. Juan del Álamo lo saludó y pudo estirarse con gusto. El diestro se fue a los medios para iniciar  la faena de muleta, donde lo citó en la larga distancia, para después aprovechar la inercia y ligarlo. Continuó sobre el pitón izquierdo, con un toreo al natural con el que le dio amplitud, abriendo la embestida y alargándola con los vuelos. Retomó el pitón derecho, ligeramente más áspero. El animal le soltaba la cara, pero Juan no le dio opciones a deslucir las series. Oficio, despaciosidad y temple, dominando el último tercio frente al de Monte La Ermita, que siguió los vuelos hasta el final. La faena la diseñó al natural, toreándolo en los medios, dosificando los tiempos, dejándolo recuperarse para volver a exigirle.  Las asperezas del inicio, las tapó, limpiando el muletazo, para culminar en las distancias cortas, en el tercio, vaciando y vaciándose con el. Culminó por bernadinas, para después meter la espada hasta la bola.
Alberto Durán trazó un saludo bregado ante el segundo de su lote, en el que lo llevó y sacó del tercio sin lucimiento. Algo más pudo mostrarse en el quite. Incluso dejó un par de banderillas, junto a las tablas. Lo recibió en la muleta a pies juntos, para después seguir por alto y por bajo, tanteándolo por ambos pitones, ganándole terreno. Durán siguió sobre el pitón derecho, buscándolo a pitón contrario en el cite, después aprovechó la inercia y la siguió. Dándose continuidad a esa primera tanda. Continuó en las distancias cortas, buscando los terrenos, ya que la tanda les había llevado hacia el tercio, por lo que tiró del animal y volvió a sacarlo y colocarlo para comenzar una nueva serie. Esta la desarrollaría al natural, perdiéndole varios pasos entre pase y pase, abriendo el compás y dándole salida, por lo que poco a poco fue perdiendo la continuidad, distanciando un natural de otro. La mano la mantuvo alta. Se metió en terrenos comprometidos y se le acabó colando,  por lo que lo prendió feamente. Tuvo que ser llevado a la enfermería. Sería el director de lidia, Juan del Álamo, el encargado de pasaportarlo.
Cerraba la tarde Francisco José Espada, que no dejó que el último de Monte La Ermita se recorriera la plaza, por lo que fue a por el para meterlo en el capote. No esperó y rápidamente lo sacó del tercio, ganándole terreno. El animal se arrancó antes de que Espada estuviera colocado para recibirlo en la muleta. Lo esperó en los medios, rompiéndose con el por abajo. Se dispuso en las distancias largas llamándolo, tratando de fijarlo para que entrara y siguiera entregándose en la tela con ligazón y humillación, como al inicio del último tercio. Lo mantuvo en los medios, alejado de querencias, dejándosela muy puesta. Tirando del animal hacia adelante, sin dejar que parase, dando emoción y calando hondo en el respetable. Su intención era rajarse, ya lo había cantado, pero Espada estuvo muy en torero y no perdió la perspectiva de la faena.  Se arqueó y lo envolvió a su cadera, con desmayo y cadencia. Sin embargo, todo lo puso el diestro, ya que el de Monte La Ermita, a pesar de dejarse pasar, en los últimos compases ya no terminaba de humillar. Sabía que tenía que embestir él más que el astado, estaba vacío y no tenía nada más para ofrecer. Se metió entre pitones, dándole todas las ventajas, con un valor seco que dio paso a la suerte suprema. La espada volvía a deslucir su entrega.
Villa del Prado. Toros de Pablo Mayoral y Monte La Ermita para Juan Del Álamo, oreja y dos orejas; Alberto Durán, ovación y herido; Francisco José Espada, silencio y silencio.

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