domingo, 5 de mayo de 2024

Aires sevillanos en Madrid

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Crónica

PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ 
La segunda corrida de toros de la Feria de Otoño la completaban Diego Urdiales, Juan Ortega y Pablo Aguado, que se midieron a los astados de la ganadería de El Pilar. El encierro resultó insípido, sin terminar de darle chispa a la tarde, quedándose cortos y sin interés en la tela, flojos de apoyos. Fue el tercero el que mostrara otros aires y opciones, con el que Pablo Aguado cautivó a los tendidos de principio a final, expresándose mucho mejor sobre el pitón derecho, pitón por el que desarrollaría la faena. El coso venteño no puedo degustar la expresividad y gusto de Urdiales, los de su lote no se lo permitieron. Ortega mostró la clase sevillana con el quinto de la tarde.
Abría la tarde “Niñito”, de la ganadería de El Pilar. Diego Urdiales, lo recibió en su capote después de que se recorriera la plaza. El saludo fue bregado, muy comedido, sin poder estirarse apenas. Pegado a las tablas lo recibió en la franela, para que después, poco a poco le fuera ganando terreno y lo sacara del tercio. Continuó sobre el pitón derecho, en tandas fragmentadas, en las que el animal pasaba con la cara por encima del estaquillador. El tranco cansino del astado se dejaba guiar. Cambiaría de mano y empezaría con el toreo al natural, entre polémicas por el sitio. Abrió y recogió las embestidas con los vuelos, lo cuales le mostró en el morrillo para después tirar hasta su salida, limpiando el muletazo. Retomó la mano derecha con mayores recelos para seguir el engaño. Le metió la mano con aseo.
Juan Ortega lo fue pasando al inicio del saludo capotero, pero culminó con un ramillete de verónicas que el público ovacionó. En los primeros compases del último tercio, lo recibió de rodillas, en un tanteo con el que rápido llevaría hacia los medios. Bajo los terrenos del siete, tomó la muleta con la mano derecha para dejar la primera serie. Pasó mucho tiempo entre pases, pero Ortega no lo veía claro en aquellos terrenos, así que lo cambio y siguió sobre el mismo pitón. El animal se quedaba corto, no pasaba, así que le costó mantener la medida. A pesar de las escasas opciones que había para el triunfo, cambió la muleta de mano y siguió al natural, simplemente, pasándolo. Falló con la espada.
Aguado bailó con sus muñecas y cinturas al tercero de la tarde, al que le recitó un extraordinario saludo a base de verónicas, sacándolo al paso. El animal se entregó en el caballo, y el público pudo degustar en silencio de los lances de Aguado. Además, cabe destacar que durante el tercio de banderillas, sería el propio matador el que hiciera el quite, a cuerpo limpio, a uno de sus banderilleros. Sin un brindis previo se fue a su encuentro, genuflexo, pasándolo por ambos pitones, ganándole terreno hasta sacarlo del tercio y rematar por alto. A base de derechazos, que culmnaban en la cadera, fue llevando al astado, que se desplazó dando continuidad a la faena. Toreó con gusto, anclándose a la arena, bajando la cabeza para verlo pasar mientras se lo envolvía a su alrededor. Dio profundidad en los pases, los cuales dibujó largos a un toro que humillaba y seguía la franela. Se había quedado en los terrenos del siete, así que tiró del astado y empezó el toreo al natural, uno a uno, cruzándose. Mató con aseo.
Marcaba el ecuador del festejo el encuentro entre “Dulcero” y Diego Urdiales, que sin poder lucirse en el capote, lo bregó cuidadosamente, guiando la embestida. Con el cambio de tercio llegó la faena de muleta, que inició entre probaturas, sacándolo más allá de la raya. Empezó a torearlo sobre el pitón derecho, encajando las teclas. Trató de tirar hacia adelante y logró robarle alguna que otra embestida sobre ese mismo pitón, eso sí con el tranco cansino e incierto de no saber cuánto más le aguantaría. Le dio mucho tiempo y sitio entre tandas, dejando que se recuperara para volver a meterlo en la tanda, exprimiendo algún que otro pase. La faena no rompió, el toro no transmitía nada y se pedía el tiempo desde los tendidos. Metió la mano con habilidad, pero in demasiado acierto.
Al quinto de la tarde lo frenó Juan Ortega, en un saludo intermitente en el que se cambió el tercio con apenas dos lances de brega. Salió suelto, sin interés en el percal. Se encontraría con el animal bajo los terrenos del siete, pasándolo por ayudados por alto para después alternas con pase de rodilla en tierra. Fue un inicio de faena ovacionado por el respetable. Le dio tiempo y sitio, antes de seguir. Lo citó en la media distancia y después la inercia se encargó del resto, atándoselo en corto, para verlo pasar alrededor de su cintura. Salió la esencia sevillana de arte, temple y desmayo. Dosifició bien las embestidas, para que le aguantara la faena completa. Se lo llevó hacia atrás, echándoselo en la cadera, pasando a pies juntos en los mismos medios. También hubo que tragar y aguantar a un toro, poseedor del peligro sordo. Al natural quiso parar el tiempo, pero por el pitón izquierdo no había nada que mostrar.  Continuó y culminó la faena por el derecho, cada vez más corto, ciñéndoselo más. Ejecutó más suerte suprema con acierto, tirándose sobre el astado.
Aguado saludó con esmero y lucimiento al sexto de la tarde. Lo tanteó genuflexo junto a las tablas, subiéndole la mano según lo fue sacando del tercio. Se aproximó a los medios y eligió la media distancia para citar al astado, por el pitón derecho. Con la inercia le fue dando continuidad a la tanda, una continuidad corta y que Aguado paró antes de que afeara y se quedara corto. Volvió, ahora un poco más cerca, pero el astado miraba y se le quedaba, costándole entrar al cite. Tiró, nuevamente del animal, cambiando los terrenos, insistiendo sobre ese mismo pitón. Lo mostró al natural, alargando una faena que no podía ir a mejor. Falló con ma espada.
Madrid. Toros de El Pilar para Diego Urdiales, ovación y palmas; Ortega, silencio y vuelta al ruedo; Pablo Aguado, ovación y silencio tras aviso.

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