domingo, 5 de mayo de 2024

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Crónica 

PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ 
La tarde era como una caja roja, toros de Victoriano del Río para José María Manzanares, Fernando Adrián y Andrés Roca Rey. El madrileño confirmaba su alternativa en un tarde de “No hay billetes” y lo cierto es que estuvo a la altura, abrió la tarde con poder, encontrando el compás al que llevarlo. Las opciones se vieron frustradas con el quinto, en un tira y afloja, en el que quiso el mando, pero el animal se abstuvo. Manzanares empezó su recital con el capote, sin embargo, no llegó mucho más lejos, las opciones fueron algo limitadas, especialmente con el segundo de su lote, con el que tuvo que acortar, lo probó. A Roca Rey no se le pudo negar en las distancias cortas, sin embargo, su faena al tercero de la tarde no llegó a romper. Todo lo contrario ocurrió con el sexto, con el que rompió la plaza. La fijeza y entrega del animal fueron absolutas y Roca Rey se lo pasó por donde quiso. La espada, la espada… volvió a quitar los triunfos.
Fernando Adrián recibió a “Amante” en saludo capotero bregado en el que también pudo estirarse. Tras la ceremonia de la confirmación, el diestro empezaba la faena de rodillas, quiso que fuera desde los medios, pero estaba demasiado lejos como para que el animal se fijara, así que se acercó a él y lo recibió de rodillas, pasándoselo por la espalda. El diestro ralentizó las embestidas, bajándole la mano, arqueándose con el, sin desajustes, manteniendo el compás. Lo toreó en los mismos medios, una vez hecho con el, se lo llevó a la espalda, manteniendo al respetable atento a lo que sucedía. Se cruzó, dejándole al natural el pico de la muleta muerto en el firme para que el animal entrara abajo.  Sin embargo, cuando más alargaba la faena más corto se quedaba el animal, era el momento de cambiar la ayuda. Cerró con la quietud y verticalidad que había mostrado en la faena, dejando unas manoletinas que dieron paso a la suerte suprema, donde metió la mano con aseo.
Manzanares recitó con “Espiguita” un buen saludo capotero, en el que no faltaron aquellas verónicas por debajo de la cadera. Se excedió en el tercio de varas, prolongándose más de la cuenta, algo que se compensó en banderillas. Tras la ceremonia de la confirmación, en la que Fernando devolvía los trastos a Manzanares, se iniciaba la faena de muleta. El diestro alicantino lo llevó por abajo, tirando de él hacia adelante, genuflexo. El de Victoriano se quejaba y parecía tener un látigo por cuello. No ayudó el aire, volándole la muleta. Espero, lo fijó y lo citó, dejando una buena tanda sobre el pitón derecho. El astado seguía con celo y codicia la franela, una franela que se situó abajo, sometiéndolo, pero sin llegar a alcanzarlo. Estaba justo, así que las cosas por abajo y sin que se sintiera podido, muy despacio. Sobre el pitón derecho, sosteniendo la embestida en el trazo largo en el que mostrar la salida, parecía llevarlo algo más uniforme. Falló con la espada.
“Bocinero” marcó la misma tendencia, se fue hacia el burladero del seis para después encontrarse con el percal de Andrés Roca Rey, que lo meció con suavidad para sacarlo del tercio. Terminó picando el que guardaba la puerta, nuevamente reinaba el desconcierto. Se lo ciñó a la espalda durante el quite, aquella esencia a la que el peruano acostumbró cada tarde. Se fue a su encuentro para empezar la faena sin probaturas, llevándolo, dosificando una embestida que tenía un inicio explosivo. Paró los tiempos, lo llevó uno a uno, con el engaño por delante, encajándose de riñones con el abajo, pero sin terminar de cruzarse en el sitio. Logró que al natural se acompasaran los ritmos, dejando el brazo atrás y girando la muñeca para mostrar su disposición al siguiente muletazo. A base de derechazos bajos en el sitio, mostraba las embestidas, pero sin terminar de alargarlas. La espada fue efectiva a pesar de que quedará caída.
Manzanares recibió al cuarto de la tarde, trazando un saludo en el que no se pudo lucir, simplemente frenar y recoger la embestida. Sería en los quites cuando se encogiera el alma con Fernando Adrián, tanto se lo ciñó, que a punto estuvo de prenderlo de mala manera. Lo tanteó levemente por abajo, ahormando una embestida en la que influía muchos factores, la fuerza, la altura… andaba muy agarrado al piso y Manzanares no lo sacó del tercio, lo dejó en los terrenos del ocho. No le bajó la mano, simplemente se limitó a pasarlo sin que lograra completar un muletazo. No atendía al cite y Manzanares tampoco buscó más teclas, lo había probado, lo había llevado y ya había tomado la decisión de pasaportarlo. El animal no tenía nada que ofrecer.
El de Victoriano del Río salía levantando la cara en el saludo capotero de Fernando Adrián. Tampoco quiso pelea en el caballo. Tampoco parecían gustarles las banderillas. Se fue a su encuentro, recibiéndolo genuflexo, tanteándolo por ambos pitones y cambiando los terrenos seguidamente. El astado mostraba movilidad, pero con una embestida incisiva. Fernando Adrián definió muy bien lo inicios y finales de cada pase, llevándolo con mucha voz. Volvía con la tela, repitiendo y dando continuidad a una faena que le faltó despaciosidad, no la permitió el animal. Los compases lentos los quiso aportar al natural, dejando que los vuelos tirasen y robasen las embestidas. Terminó marcando sus intenciones, rajándose. El diestro estuvo por encima de un toro que se movía, pero que no tardó en mostrar su desencanto en sentirse podido. Mató bien.
Roca Rey volvió a estirarse con el capote dejando algunos de los detalles de la tarde en el saludo capotero. Brindó en los medios y se dirigió al tercio, donde se puso de rodillas, esperando hasta que el astado se fijara en el. Le llevó su tiempo, pero se fijó, entró con fuerza y Roca Rey respondió con valor, pasándoselo por la espalda, para después torearlo con las rodillas fijas en la arena. A pesar del viento, el peruano encontró ligazón en ese toreo roto y cadencioso en el que pone la mano y su cuerpo acompaña la embestida. Se lo tragaba por donde fuera, lo llevaba totalmente metido en la muleta, calando en los tendidos en una tarde en la que, a pesar del calor, la gente estaba fría. Se fue bajo el seis, acortando las distancias entre ambos, metiéndose en su terreno, alargando una embestida que no tenía fin. El de Victoriano entraba y seguía la franela, solo tenía que mostrársela. No levantaba la cabeza del albero, con una fijeza absoluta, que Roca Rey aprovechó bajándole la mano hasta decir basta. Se lo pasó por donde quiso. La espada le fallaba y con ella se iban las opciones de triunfo.
Toros de Victoriano del Río para José María Manzanares, palmas; Fernando Adrián, ovación; Andrés Roca Rey, .

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