viernes, 3 de mayo de 2024

Las cometas vuelan más a contraquerencia

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Artículo

 

JAVIER ESPADA ROMÁN 


  

La temporada taurina más atípica y
extraña que se recuerda agoniza con los últimos coletazos de una reconstrucción
que se ha quedado únicamente en el nombre. Se despide en unas circunstancias
sanitarias agravadas que ya han obligado a aplazar algunos de estos festejos
encuadrados en estas fechas tan insólitas para su celebración. La campaña echa
el telón con corridas de toros programadas para el mes de noviembre y con la
mayor parte de los festejos de la temporada celebrados en septiembre y octubre.
Una anomalía en toda regla para cualquier temporada normal. Pero lo cierto es
que el Covid – 19 le ha dado la vuelta a todo, ha cambiado nuestra manera de
vivir, de relacionarlos, y sobre todo, como la madrastra de Blancanieves en el
cuento de los hermanos Grimm, nos ha puesto delante de un espejo en el que nos cuesta
mirarnos.

El atisbo de esperanza comenzó con
una palabra mágica, la ansiada “desescalada”, allá por el mes de mayo. Cuando
todos volvimos de nuevo a ver la luz del sol cual protagonistas del mito de la
caverna de Platón que adquieren el nuevo conocimiento, el mundo del toro pudo
soñar con salvar una temporada que hasta entonces creía perdida. Y tras las
dudas iniciales que sembraron los nueve metros cuadrados de distancia que
algunos tomaron como la excusa perfecta, llegó el momento de los valientes.

“Los grandes magnates del toreo, los que se erigen como líderes indiscutibles y salvadores de la patria, ni están ni ya nadie los espera” 

Llegó la hora de dejar la
palabrería a un lado y demostrar con hechos el compromiso con la fiesta. La
tauromaquia necesitaba “hombres de Estado”, como se dice en política, que
tomaran el timón en una travesía abocada a la deriva. Si alguien tenía que
apostar, este era el momento del todo o nada, del por la puerta grande o por la
enfermería. Y así lo entendieron un puñado de empresarios que apostaron por la
tauromaquia con un salto mortal en el que se jugaron el tipo organizando
festejos. Dieron la razón a Winston Churchill y a su célebre frase de que “la
cometa vuela más alto en contra del viento, no a su favor”. Y en la vida, como
en el toro, hay que estar preparados para remar más a contracorriente y volar
más alto en la contra querencia y en la adversidad. Nombres como José Montes,
Alberto García, José María Garzón, Juan de Padua, Jesús Salas, Manuel Amador y
otros muchos más que con mayor o menor acierto dieron el paso al frente,
demostrando algunos de ellos al mundo que se pueden dar toros garantizando las
medidas sanitarias si hay una intención sincera.

Los grandes magnates del toreo, los
que se erigen como líderes indiscutibles y salvadores de la patria, ni están ni
ya nadie los espera. Se escondieron agazapados en la comodidad de no mover un
dedo para no perder sin saber que ya estaban perdiendo porque perdía la
tauromaquia. Cerraron a cal y canto los grandes templos del toreo donde este
año sólo han resonado los ecos de faenas de años anteriores y dejaron crecer
hierbas en los ruedos de sus plazas que son una metáfora de la orfandad a la
que han sometido a la tauromaquia. Optaron por mantener cerrados los grandes
recintos, donde la distancia de seguridad se hubiera podido respetar de manera mucho
más sencilla, cediendo el testigo a las plazas de tercera categoría que han
sacado adelante una temporada por la que ya nadie apostaba.

Y fue sólo entonces cuando los
toros regresaron a su origen, a los pueblos, a las plazas más humildes, con
aforos limitados y el lema del “sálvese quien pueda” imperando en la tempestad.
Sólo unos cuantos reductos liderados por Córdoba como plaza más visible
plantaron cara al virus y al sistema. Las plazas de primera dejaron sola a
Córdoba, convirtiéndola en el coso más importante en el que se han dado toros esta
temporada, y poniéndola, gracias a la televisión, en el centro del mapa taurino
mundial.

“Si este año la tauromaquia no ha dejado de latir en algunos aficionados ha sido gracias a la televisión” 

Y es que, todavía, en la era en lo
que aquello que no está en Internet no existe, algunos siguen y
seguirán renegando de la televisión. Pese a que haya tenido que venir un virus
a corroborar que la televisión es imprescindible para la tauromaquia del siglo
XXI, algunos seguirán negando la evidencia. Porque no es sólo necesaria desde el punto de vista económico (la inmensa
mayoría de los festejos han salido adelante gracias a la televisión), sino que
también lo es para llegar al aficionado. A aquel que no puede desplazarse a
ningún festejo o que prefiere quedarse en casa por miedo a infectarse. Si este
año la tauromaquia no ha dejado de latir en algunos aficionados ha sido gracias
a la televisión.

La televisión ha jugado un papel capital porque ha contribuido a la necesidad más imperante de la tauromaquia actual,
la reconstrucción de la ilusión del aficionado, esa pieza clave que paga la
entrada y del que todos parecen haberse olvidado. Porque la renovación de la
ilusión del aficionado ha llegado este año de la mano de toreros jóvenes que
han sido liderados por Juan Ortega. Si en el año 2019 está escrito con letras
de oro en la biblia taurómaca el nombre de Pablo Aguado, este maldito 2020 el
torero que ha removido los cimientos del toreo nació en Triana y se llama Juan
Ortega. El aficionado se alimenta de ilusión y los naturales del sevillano en
Linares, Córdoba y Jaén han hecho soñar a muchos que ya se frotan las manos pensando
en un duelo Aguado – Ortega en la próxima feria que se celebre en el coso del
Baratillo.

La “reconstrucción de la
tauromaquia”, que no del aficionado, se vendió como la revolución para salvar la
temporada. Y se magnificó con un nombre y unas expectativas propias de una
auténtica renovación. Pero hasta el momento sólo se ha quedado en el nombre.
Festejos de cuatro reses que desvirtúan una tarde de toros, en fechas “rara
avis” y con nombres de toreros y ganaderías que vienen a ser más de lo mismo de
lo que se venía viendo en los últimos años. Una reconstrucción que se quedó en
los escombros porque se olvidaron del aficionado. Una reconstrucción que no
será reconstrucción hasta que no levante de nuevo los cimientos del aficionado.

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