PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ

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Joselito El Gallo, un prodigio con una muerte trágica. Aquella tarde, un 16 de mayo de 1920, en la plaza de toros de Talavera de la Reina, un toro de nombre “Bailaor” de la ganadería de la viuda de Ortega, puso fin a la vida del matador de toros e inició su leyenda, con tan solo 25 años. Le tocó en suertes y al salir de chiqueros, había firmado su sentencia, Enrique Berenguer “Blanquet” le advirtió de que no saliera a torear, pues percibió ese fuerte olor a cera, con el que este banderillero visionario supo predecir la muerte en más de una ocasión.

Aquel toro pequeño y con poder supo herirle con acierto. Tras rematar un muletazo, Joselito se confundió y entró en la percepción más sensible de su adversario, dado su defecto visual, no veía de cerca. “Bailaor” ignoró la franela y se quedó con él. El espada recibió un puntazo corrido en la pierna izquierda, fue volteado y cayó trágicamente sobre las astas, al tiempo que el animal soltaba un derrote. El pitón entró en el vientre y acabaría con el padre de las bases de la Tauromaquia moderna.

El menor de los hermanos Gómez Ortega nació en Gelves (Sevilla) el 8 de mayo de 1895. Diecisiete años después, el 28 de septiembre de 1912, tomaría la alternativa en la Real Maestranza de Sevilla a manos de su hermano Rafael Gómez Ortega. España disfrutó durante ocho años de la innovación y esa mente única e irrepetible que encauzó nuestro presente. 

De vez en cuando es necesario recordar nuestra historia y es que la noticia paralizó España, porque sí, a pesar de que el país viviera una época convulsa, la Tauromaquia importaba y mucho. El 17 de mayo de 1920, Gregorio Corrochano publicaba en el ABC: “A Joselito le ha matado un toro”. Es cierto que cien años después de su muerte, es difícil escribir nada nuevo, sin embargo, le rendimos homenaje entre suspiros, desde un país paralizado al igual que ocurrió aquel 16 de mayo, solo que en esta ocasión por un mal que no da la cara, el Coronavirus.