Crónica
PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ
Abría el festejo un eral de Espartaco tranqueante y rematando en tablas. Álvaro Romero lo frenó en el capote, ganándole terreno, obligándole por abajo y repitiendo. El de la Escuela de Sevilla lo recibió genuflexo por abajo, probándolo por ambos pitones. Lo tomó con la mano derecha, que sin estirarse, lo llevó en largo intentando estirar las embestidas y provocarle la ligazón a la faena. El lucimiento escaseaba, entraba y salía sin una embestida estructurada, soltando la cara arriba. Lo intentó, así que lo citó con los vuelos, tirando de él hasta meterlo en el natural para después ligarle al dejarle el engaño puesto en el morrillo. Requería sitio y tiempo, cuando Álvaro lo comprendió la faena tomaba vuelo, aunque no se encontraba la pulcritud absoluta. La media altura fue la mejor opción, pues el eral desarrollaba y no quería verse sometido. Alargando la faena, cambió la ayuda por la espada y mató al segundo intento.
El segundo de la tarde rebuscaba, encelado en el burladero, así que no tardó en recibirle muy sutilmente en su capote Mariano Fernández. Descalzo, en tablas, genuflexo y marcándole abajo lo recibía en la franela. Le prendió al abrirle el muletazo y darle a elegir entre la tela y el cuerpo. Con desmayo y torería lo citaba y enseñaba el recorrido, marcándole la embestida, al tiempo que lo templaba. El de Espataco se dejaba llevar, por ello Mariano Fernández ejecutaba las tandas medidas, sin agotarlo. El animal tenía prontitud y atendía en largo al cite del novillero. Además, había que llevarlo tapado, evitando que se quedara fuera del engaño y fuera a por el espada. Dibujó una faena de trazo largo y salida en la que se arqueaba y dejaba pasar en largo, luciéndose. En la suerte suprema, accidentada, hizo por él, entrando recto. Muy mermado no desistió, así que volvió a ejecutar la muerte en varias ocasiones. Culminó ensangrentado.
Igancio Candelas recibía al tercero de la tarde, un animal algo suelto al que había que centrar y encelar. Lo remató en los medios. También genuflexo lo tomaba en el engaño, sometiéndole por abajo, sin levantar la mano. Las primeras tandas estuvieron marcadas por la determinación y profundidad de los naturales y la embestida del animal. Ambos encontraron el compás, humillaba, colocaba la cara y seguía los engaños proporcionando continuidad a una faena muy lucida, de mucho gusto y suavidad. Mirando al tendido daba el pase de pecho, transmitiendo. Tenía mucha seguridad en sí mismo, trazando una faena justa pero de calidad. Lo citaba y lo dejaba salir por los vuelos, siempre metido. Pinchó, para que después el animal lo lanzara contra las tablas. Lo mató al segundo intento.
El cuarto de la tarde era medidor y algo buscón se recorrió la plaza hasta entrar en los vuelos de Salvi García. Los seguía pero apretando hacia las tablas, por lo que lo sacó hacia los medios. El animal llegó del tercio de banderillas aún más suelto, había que recogerle la embestida y sacarlo de la querencia. El espada lo probó hasta iniciar la tanda por el pitón derecho, que sin encontrar los terrenos se seguían midiendo mutuamente. Se metía por dentro, pues no parecía sentirse cómodo en la cara del animal. Lo dejaba pasar, sin mayor repercusión. La faena no tomó vuelo ni forma, así que sin alargar, mató de la misma forma que desarrolló la faena.
José Antonio de los Reyes saludaba al quinto de la tarde, muy tranquilo, esperándolo hasta recibirlo genuflexo, intentando ralentizar el ritmo y templarlo. Lo tanteó el espada por abajo, para después empezar con una tanda por el pitón derecho, llevándolo a buen ritmo y con sitio. No le tocaba la tela, y enlazaba natural con natural. Por el pitón izquierdo se venía por dentro, embistiendo recto necesitaba amplitud y mayor longitud en el muletazo, para poder llevarlo y después recoger la embestida. Requería un buen cite fijador, a pesar de la prontitud. El lucimiento era intermitente, lo mimaba con suavidad, sin evitar que lo desarmara. Buscando en las raíces del toreo construía su faena, sin embargo, le faltó, no terminó de romper. Cerró la faena por ayudados para después fallar con el acero, aunque dejando una estocada entera al segundo intento.
Cerraba la tarde Víctor Barroso con el eral de Espartaco, que salió suelto, aunque le permitió estirarse para después sacarlo a buen ritmo hasta los medios y rematarlo. El espada lo esperaba para después recibirlo genuflexo, con la rodilla en el suelo y sacarlo de las tablas. Toreando en redondo con un eral que entraba y salía del natural rozando el morrillo por el albero. El animal, obediente, tenía clase, mucha clase, permitiendo cerrar las tandas de determinación y profundidad. No le agobió, jugó con los tiempos y las distancia, dejándole su tiempo y dándole salida, sin deslucir. Le mostraba los vuelos para meterlo en un muletazo infinito en el que la salida enlazada con el siguiente. Había buenas formas ante las exigencias del de Espartaco. En el desarrollo de la faena, llegando a los últimos compases, a pesar de la obediencia del animal, aguantándolo, tragaba dos muletazos, al tercero paraba la tanda para recomponerlo. Culminó por bernardinas dejando paso a una estocada defectuosa. Mataría con acierto al segundo intento
Plaza de toros de Constantina. Novillos de Espartaco para Álvaro Romero, Mariano Fernández, aviso; Ignacio Candelas, dos orejas; Salvi García, silencio; José Antonio de los Reyes, aviso; Víctor Barroso, dos orejas tras aviso.