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AAET PEDRO ROMERO |
Abría la tarde José Ponce (Escuela de Sevilla) con un novillo de genio y rematando en tablas. Lo recibió con una larga cambiada de rodillas para después encelarlo en la tela bajando la cara. Siguió muy exigente aunque intentando colocarle. Lo recibió en el tercio, flexionado y bajándole la mano para que uno a uno lo fuera templando. Había que respetar las distancias, aunque sin lucimiento y acalambrado, creaba tandas atropelladas en las que el novillo marcaba un ritmo mermado y evidenciado por unas carencias que le hacían perder las manos.
Esquemática y previsible, lo llevó en corto, sin darle salida, por lo que después de que se quedara en la cara… aprendió a darle tiempo, alargando el muletazo, acariciando las embestidas, dejándole recuperar. Muletazo a muletazo termino en el tercio alargando una faena en la que el novillo respondía pero sin transmisión. Simplemente el animal embestía y Ponce le dejaba pasar, en busca de la pulcritud… Un desenlace prolongado que no ayudó en la suerte suprema, la cual llegó a ejecutar al segundo intento.
Salía el cuarto de tarde al que recibió Julio Alguiar (Escuela de Málaga) que en una buena labor de brega lo sacó a los medios educando su embestida. En las tablas iniciaba la faena de muleta, le colocó observando las condiciones del animal. Muy despacio, iniciando una nueva tanda se le vino recto, metiéndose por dentro y volteándolo. Se repuso y siguió ante un astado corto y medidor que busca más el cuerpo que la tela. Con la mano derecha lo llevó con los vuelos, ampliando su recorrido, separando un muletazo de otro. No quiso cegarle, aunque había que mostrarle el engaño y guiarlo, sin exigencias. Profundidad, determinación y continuidad, ralentizó la faena, jugando con el tiempo y la distancia, sin deslucir. Construyo una faena de mérito y técnica en la que el novillero sabía lo que hacía en todo momento. No faltó el lucimiento propio del trabajo bien hecho con el que cerró y culminó con una estocada defectuosa, lo lograría al segundo intento.
Jesús Llobregat (Escuela de Baeza) ejecutó un saludo capotero a pies juntos a un novillo suelto de salida al que había que encelar. Ya alejado de las tablas lo enceló muy despacio, rematándolo en los medios, muy lucido. Mostrándose, llamando la atención del animal, lo recibió genuflexo, dándole salida. Siempre de frente, lo citaba y aprovechaba el recorrido de su cuerpo y brazo para guiar su embestida y alargar el muletazo hasta el final. Había continuidad y lucimiento, con un toreo pulcro y lento, en el que la media altura y paciencia fueron clave. El animal, fácilmente, acudía a su querencia, por ello, si quería faena había que sacarle de ahí y devolverle a la muleta. Las condiciones del animal jugaban en contra, requería tiempo y sitio, sin agobiarle. Solo había que meterle en el engaño y dosificar los naturales. Era necesario corregir, pero el eral estaba abstraído y a pesar de que Llobregat dejara buenas maneras, muy quieto, toreando con la parte superior del cuerpo, el animal se desentendía de todo aquello. Cerro por manoletinas para después dejar una estocada que hizo guardia.
El saludo capotero de Marcos Jesús se basó en el recibo genuflexo, para poco a poco jugar con sus brazos para sacarlo de tablas y rematarlo. Paciente, lo recibió en la franela marcando su embestida. La altura del novillo era una complicación añadida, le costaba humillar, entraba por abajo pero salía por arriba. Le costaba obedecer al cite, por lo que la prontitud no fue una virtud, sin embargo, una vez dentro de la muleta la seguía sin lucimiento. Marcos se la dejaba puesta y tiraba de él intentando trazar un natural tras otro. Tenía que cruzarse y buscarle, dando alternativas a la escasa embestida del eral. Jugó con los vuelos dejándoselos puestos en el morrillo, solo debía ver la tela. La querencia tampoco ayudó, el animal eligió las tablas y según avanzaba la faena resultaba más complicado sacarle de allí. La falta de referencias empeoraba sus condiciones, solo requería vuelos y el toreo largo que le diera salida y lo retomara. Las últimas tandas lograron profundidad y determinación, pues el novillero encontró el fondo del eral, aprovechando su querencia. Culminó por manoletinas y con una estocada delantera y ligeramente contraria.