Memoria
CELINE GALDEANO |
PATRICIA PRUDENCIO MUÑOZ
Iván Fandiño era de los que pensaba que a veces no hay próxima vez ni segundas oportunidades, a veces es ahora o nunca. Por ello, vivió y toreó de acuerdo a sus convicciones, no se dejó llevar, marcando un estilo propio e inconfundible. Aquel horrible 17 de junio de 2017 se apagó su luz, pero no la de su legado, el cuál quedó como un ejemplo a seguir dentro y fuera de la arena.
Fandiño fue una superación en sí mismo, ejemplo de la constancia y valores necesarios para escalar alto en el escalafón. Un escalafón que no siempre trata como se merecen a los que tanto lo necesitan. Sin embargo, el León de Orduña nunca dejó pasar sus oportunidades e hizo lo que debía en cada momento, algo que supo evidenciar en cada una de sus actuaciones. La determinación y seguridad en sí mismo fueron claves.
Aquel último rugido se escuchó en la plaza de toros de Aire Sur L’Adour. El tercero de la tarde, uno de Baltasar Iban de nombre «Provechito», fue el encargado de firmar su sentencia. Aquel toro no le tocó en suertes a Fandiño, sino a Juan del Álamo, pero aquel quite tornó la tarde. La Tauromaquia era incapaz de seguir viendo el festejo en color, sino en blanco y negro. El mundo del toro, abstraído, se debatía entre la incertidumbre y la desesperación, porque el pitón caló hondo, dejando una cornada en el costado derecho.